Para estas fechas vacacionales, desde el Blog de SAT-Granada os ofrecemos una serie de textos y artículos clásicos para alimentar – entre torrija y pestiño- la conciencia social y política.
¡ Qué aproveche!
La evolución de la propiedad. Las formas de propiedad contemporáneas (1890) – Paul Lafargue
Paul Lafargue (Santiago de Cuba, 15 de enero de 1842–Draveil, 26 de noviembre de 1911) fue un periodista, médico, teórico político y revolucionario franco–cubano. Aunque en un principio su actividad política se orientó a partir de la obra de Proudhon, el contacto con Karl Marx (del que llegó a ser yerno al casarse con su segunda hija, Laura) acabó siendo determinante. Su obra más conocida es El derecho a la pereza. Nacido en una familia franco-cubana, Lafargue pasó la mayor parte de su vida en Francia, aunque también pasó periodos ocasionales en Inglaterra y España

Los economistas políticos han establecido como un axioma que el capital, la forma de propiedad actualmente predominante, es eterno; han encargado a sus cerebros que demuestren que el capital es coetáneo al mundo, y que como no ha tenido principio, no puede tener fin. [1] En prueba de esta asombrosa afirmación, todos los manuales de economía política repiten con mucha complacencia la historia del salvaje que, teniendo en su poder un par de arcos, presta uno de ellos a un hermano salvaje, para que participe en el producto de su caza.
Tan grande fue el celo y el ardor que los economistas pusieron en su búsqueda de la propiedad capitalista en la prehistoria, que lograron, en el curso de sus investigaciones, descubrir la existencia de la propiedad fuera de la especie humana, a saber, entre los invertebrados: pues la hormiga, en su previsión, es una acaparadora de provisiones. Es una lástima que no hayan ido un paso más allá y hayan afirmado que, si la hormiga acumula provisiones, lo hace con la intención de venderlas y obtener un beneficio mediante la circulación de su capital.
Pero hay una laguna en la teoría de los economistas sobre la eternidad del capital. Han omitido mostrar que el término capital también existe desde siempre. En un barco cada cuerda tiene su nombre apropiado, con la excepción de la cuerda de la campana. Es inadmisible que en el ámbito de la economía política la terminología haya sido tan inadecuada como para no dar un nombre a algo tan útil y tan importante como el capital; sin embargo, es un hecho que el término capital, en el sentido moderno, no se remonta más allá del siglo XVIII. Lo mismo ocurre con la palabra filantropía (la hipocresía humanitaria propia del régimen capitalista). Y fue en el siglo XVIII cuando la propiedad capitalista comenzó a imponerse y a adquirir una influencia preponderante en la sociedad. Este predominio social del capital condujo a la Revolución Francesa, que, aunque fue uno de los acontecimientos más importantes de la historia moderna, no fue, después de todo, más que una revolución burguesa realizada con esos eslóganes de libertad, fraternidad, igualdad, justicia y patriotismo que los burgueses emplearían, más tarde, para impulsar sus empresas políticas y financieras. En la época de la Revolución, los capitalistas eran un ganado tan recién criado por la sociedad, que en su Dictionnaire de Mots Nouveaux, publicado en 1802, Sébastien Mercier creyó necesario insertar la palabra capitalista, y adjuntar la siguiente curiosa definición:
«Capitalistas: esta palabra es casi desconocida fuera de París. Designa a un monstruo de la riqueza, a un hombre que tiene un corazón de hierro y no tiene más afectos que los metálicos. Háblale del impuesto sobre la tierra y se reirá de ti; no posee ni una pulgada de tierra, ¿cómo vas a cobrarle un impuesto? Como los árabes del desierto que han saqueado una caravana, y que entierran su oro por miedo a otros bandidos, los capitalistas han escondido nuestro dinero.»

En 1802 la humanidad no había adquirido aún el sentimiento de profundo respeto que en nuestros días inspira el capitalista.
El término capital, aunque de origen latino, no tiene equivalente en las lenguas griega y latina. La inexistencia de la palabra en dos lenguas tan ricas es una prueba de que la propiedad capitalista no existía en la antigüedad, al menos como fenómeno económico y social.
La forma de propiedad que corresponde al término capital se desarrolló y adquirió importancia social sólo después del establecimiento de la producción comercial, que coronó el movimiento económico y político que agitaba a Europa después del siglo XII. Esta producción comercial fue estimulada por el descubrimiento de América y la ruta a la India por el Cabo de Buena Esperanza, por la importación de metales preciosos de América, la toma de Constantinopla, la invención de la imprenta, las alianzas familiares entre los soberanos de Europa y la organización de los grandes estados feudales, con la relativa y general pacificación que de ello se derivó. Todas estas y otras causas colaterales cooperaron para crear un rápido desarrollo del capital, la más perfecta de todas las formas de propiedad privada y, puede afirmarse, la última. La aparición relativamente reciente del capital es la mejor prueba de que la propiedad no es inmutable y siempre la misma, sino que, por el contrario, al igual que todos los fenómenos materiales e intelectuales, evoluciona incesantemente y pasa por una serie de formas que difieren, pero que se derivan unas de otras.
En efecto, la propiedad está tan lejos de ser siempre idéntica, que en nuestra propia sociedad adopta diversas formas, que pueden reducirse a dos principales.
- I. FORMAS DE PROPIEDAD COMÚN
- La propiedad común de origen antiguo, cuyo tipo son las tierras comunales, expuestas desde hace siglos a las usurpaciones de la nobleza y la burguesía.
- La propiedad común de origen moderno, administrada por el Estado, comprendida bajo el término de Servicios Públicos, (Casa de la Moneda, Correos, Vías Públicas, Bibliotecas Nacionales, Museos, etc.)
- II. FORMAS DE PROPIEDAD PRIVADA
- Propiedad de apropiación personal.
- Propiedad – Instrumentos de trabajo.
- Propiedad – Capital.
(a) La propiedad de apropiación personal comienza con los alimentos que uno come, y se extiende a los artículos de vestir y objetos de lujo (anillos, joyas, etc.), con los que uno se cubre y adorna. Hubo un tiempo en que también la casa se incluía en esta rama de la propiedad personal; un hombre poseía su vivienda, un palacio de mármol o una choza de paja, como la tortuga su caparazón. Si con la aplicación de la maquinaria a la industria, la civilización ha puesto al alcance de los pobres un sinnúmero de objetos de lujo que hasta ahora sólo podían ser adquiridos por los ricos, por otro lado ha privado al grueso de la nación de su vivienda. Les obliga a vivir en apartamentos alquilados y alojamientos amueblados; y en medio de una riqueza sin precedentes ha reducido al productor a un estricto mínimo de propiedad de apropiación personal.

La civilización capitalista condena al proletario a vegetar en condiciones de existencia inferiores a las del salvaje. Dejando de lado el hecho importante de que el salvaje no trabaja para otros, y limitándonos por completo a la cuestión de la alimentación, es indiscutible que los bárbaros que invadieron y poblaron Europa, y que, poseyendo como poseían, manadas de cerdos y otros animales, y teniendo a su alcance todos los recursos de la caza en bosques ricamente poblados, y de la pesca en los mares y ríos -si bien mal vestidos con pieles de bestias salvajes y materiales de tejido tosco- se alimentaban más de los animales que nuestros proletarios, cuyas ropas de mala calidad, excelentemente tejidas por maquinaria perfeccionada, son una protección muy pobre contra las inclemencias del tiempo. La condición del proletario es tanto más dura cuanto que su constitución es menos robusta y está menos acostumbrada al rigor del clima que el cuerpo del salvaje. El siguiente hecho ofrece una idea de la robustez del hombre no civilizado. En las tumbas prehistóricas de Europa se han descubierto cráneos con huellas de perforaciones que sugieren una trepanación. Al principio, los antropólogos tomaron estos cráneos por amuletos u ornamentos, y concluyeron que habían sido perforados después de la muerte, hasta que Broca demostró que la operación no podía haberse realizado en cadáveres, presentando una serie de cráneos en los que se observaba un proceso de cicatrización, que no podía haber tenido lugar a menos que la persona trepanada hubiera sobrevivido a la operación. Se objetó que debía ser imposible para los salvajes ignorantes, con sus rudos instrumentos de bronce y silex, practicar una operación tan delicada, considerada peligrosa por los médicos modernos, a pesar de su aprendizaje y de la excelencia de sus instrumentos quirúrgicos. Pero todas las dudas han sido despejadas por el conocimiento positivo de que esta clase de operación es practicada por los salvajes con perfecto éxito. Entre los bereberes de hoy en día la operación se realiza al aire libre, y después de un lapso de unos pocos días, para el infinito asombro de los testigos europeos, el hombre trepanado está de nuevo en sus piernas y reanuda sus ocupaciones como si una parte de su cráneo no hubiera sido raspada, ya que la operación se realiza por raspado. Las heridas del cráneo, que conllevan tan graves complicaciones en las personas civilizadas, se curan con extraordinaria rapidez y facilidad en los pueblos primitivos. A pesar del frenético entusiasmo con que la civilización inspira al filisteo, hay que admitir la inferioridad física, y tal vez mental, del hombre civilizado, admitiendo, por supuesto, excepciones. Será necesaria una educación que comience en la cuna y se prolongue a lo largo de la vida y continúe durante varias generaciones para devolver al ser humano de la sociedad futura el vigor y la perfección de los sentidos que caracterizan al salvaje y al bárbaro. [Morgan, uno de los raros antropólogos que no comparte el imbécil desprecio que profesan los filisteos por el salvaje y el bárbaro, fue también el primero en clasificar en orden lógico los abundantes y a menudo contradictorios materiales que se han acumulado respecto a las razas salvajes, y en trazar los primeros contornos de la evolución del hombre prehistórico. Observa,
«Se puede sugerir como no improbable el reconocimiento final de que el progreso de la humanidad en el período del salvajismo, en su relación con la suma del progreso humano, fue mayor en grado que en los tres subperíodos de la barbarie, y que el progreso realizado en todo el período de la barbarie fue, de igual manera, mayor en grado que lo que ha sido después en todo el período de la civilización.» [3]
El salvaje o bárbaro trasplantado a la sociedad civilizada da una imagen lamentable: pierde sus buenas cualidades nativas, mientras contrae las enfermedades y adquiere los vicios del hombre civilizado; pero la historia de los griegos y los egipcios nos muestra el maravilloso grado de desarrollo material e intelectual que es capaz de alcanzar un pueblo bárbaro cuando se le coloca en las condiciones necesarias y evoluciona libremente.
El productor civilizado se ve reducido al mínimo de bienes personales necesarios para la satisfacción de sus necesidades más urgentes, sólo porque el capitalista posee medios y sobra para satisfacer sus más extravagantes caprichos. El capitalista debería tener cien cabezas y cien pies, como el Hecatonchiri de la mitología griega, si quisiera utilizar los sombreros y las botas que ocupan su guardarropa. Si los proletarios sufren por la falta de bienes personales, los capitalistas acaban convirtiéndose en los mártires de la superfluidad de los mismos. El hastío que los oprime y las enfermedades que los acosan, deteriorando y minando la raza, son las consecuencias de un exceso de medios de goce.
(b.) La propiedad privada de los instrumentos de trabajo. El hombre, según la definición de Franklin, es un animal que fabrica herramientas. Es la fabricación de herramientas lo que distingue al hombre de los brutos, sus antepasados. Los monos se sirven de palos y piedras, el hombre es el único animal que ha forjado el silex para la fabricación de armas y herramientas, de modo que el descubrimiento de un utensilio de piedra en una caverna o estrato geológico es una prueba tan positiva de la presencia de un ser humano como el propio esqueleto humano. El instrumento de trabajo, el cuchillo silex del salvaje, el cepillo del carpintero, el bisturi del cirujano, el microscopio del fisiólogo o el arado del campesino, es un complemento de los órganos del hombre que facilita la satisfacción de sus necesidades.
Mientras prevalezca la pequeña industria manual, el productor libre es el propietario de sus instrumentos de trabajo. En la Edad Media, el jornalero viajaba con su bolsa de herramientas, que nunca le abandonaba; el campesino, incluso antes de la constitución de la propiedad privada, poseía temporalmente la parcela de tierra que se le asignaba en la partición territorial; el siervo medieval estaba tan estrechamente ligado a la tierra que cultivaba como para ser inseparable de ella.

Quedan muchos vestigios de esta propiedad privada en los instrumentos de trabajo, pero están desapareciendo rápidamente. En todas las industrias que han sido conquistadas por la maquinaria, el instrumento individual ha sido arrancado de la mano del trabajador y sustituido por la máquina-herramienta, un instrumento colectivo de trabajo que ya no puede ser propiedad del productor. El capitalismo despoja al hombre de su propiedad personal, la herramienta; y los primeros instrumentos perfectos que había fabricado para sí mismo, sus armas de defensa, fueron los primeros en serle arrebatados. El salvaje es propietario de su arco y sus flechas, que constituyen a la vez sus armas y sus herramientas, históricamente las más perfeccionadas. El soldado fue el primer proletario que fue despojado de sus herramientas, es decir, de sus armas, que, pertenecen al gobierno que lo alista.
La sociedad capitalista ha reducido al mínimo la propiedad personal del proletario. Era imposible ir más allá sin provocar la muerte del productor, la gallina de los huevos de oro de los capitalistas. Tiende a desposeerlo totalmente de sus instrumentos de trabajo, un expolio que ya es un hecho consumado para la gran mayoría de los trabajadores.
(c) El capital de propiedad. La forma de propiedad del capital es la forma de propiedad verdaderamente típica de la sociedad moderna. En ninguna otra sociedad ha existido como hecho universal o dominante.
La condición esencial de esta forma de propiedad es la explotación del productor libre, al que se le roba cada hora una fracción del valor que crea; un hecho que Marx ha demostrado sin lugar a dudas. El capital se basa en la producción de mercancías, en una forma de producción, es decir, en la que el hombre produce con vistas, no al consumo del trabajador, ni al de su señor feudal o amo esclavista, sino con vistas al mercado. También en otras sociedades los hombres compraban y vendían, pero sólo se intercambiaban los artículos sobrantes. En esas sociedades, el trabajador, el esclavo o el siervo eran explotados, es cierto, pero el propietario tenía al menos ciertas obligaciones hacia él; por ejemplo, el esclavizador estaba obligado a alimentar a su bestia de carga humana, trabajara o no. El capitalista ha sido liberado de todas las cargas, que ahora recaen sobre el trabajador libre.
Al bondadoso Plutarco le indignó que Catón, el agrio moralista, se deshiciera de esclavos envejecidos y decrépitos a su servicio. ¿Qué habría dicho del capitalista moderno, que permite que los trabajadores que le han enriquecido se mueran de hambre o en el asilo? Al emancipar al esclavo y al siervo, el capitalista no buscaba la libertad del productor, sino la libertad del capital, que debía liberarse de toda obligación para con los trabajadores. Sólo cuando la forma de propiedad del capital está en vigor, el propietario puede ejercer en todo su rigor el derecho de uso y abuso.
Estas son las formas de propiedad existentes en la sociedad moderna. Incluso una visión superficial de la misma nos convencerá de que estas formas están en sí mismas en proceso de cambio; por ejemplo, mientras la propiedad comunal de origen antiguo se está convirtiendo en propiedad privada, la propiedad privada capitalista se está convirtiendo en propiedad común administrada por el Estado; pero antes de alcanzar esta forma definitiva, el capital despoja al productor de su herramienta individual y crea el instrumento colectivo del trabajo.
Ahora bien, habiéndonos convencido de que las formas existentes de la propiedad se encuentran en estado de flujo y evolución, debemos estar ciegos si nos negamos a admitir que en el pasado también la propiedad era inestable, y que ha pasado por diferentes fases antes de llegar a las formas actuales, que deben, a su vez, resolverse y ser reemplazadas por otras formas novedosas.
En este ensayo me propongo tratar las distintas formas de la propiedad anteriores a su asunción de la forma capital. Antes de entrar en materia, quisiera hacer algunas precisiones sobre el método que he empleado en este intento de reconstrucción parcial de la historia.
Todos los hombres, sin distinción de raza o color, desde la cuna hasta la tumba, pasan por las mismas fases de desarrollo. Experimentan a edades que varían dentro de estrechos límites, según la raza, el clima y las condiciones de existencia, las mismas crisis de crecimiento, madurez y decadencia. Del mismo modo, las sociedades humanas atraviesan formas sociales, religiosas y políticas análogas, con las ideas que les corresponden. A Vico, que ha sido llamado «el padre de la filosofía de la historia», se le debe el honor de haber sido el primero en comprender la gran ley del desarrollo histórico.
En su Scienza Nuova habla de «una historia ideal y eterna, de acuerdo con la cual se desarrollan sucesivamente las historias de todas las naciones, desde cualquier estado de salvajismo, ferocidad o barbarie que los hombres progresen hacia la domesticación» [4].
Si pudiéramos determinar la historia de un pueblo desde el estado de salvajismo hasta el de civilización, tendríamos la historia típica de cada uno de los pueblos que han habitado el globo. Está fuera de nuestro alcance reconstruir esa historia, pues nos es imposible remontar las sucesivas etapas recorridas por un pueblo en su curso de progreso. Pero si no podemos recortar esta historia, toda de una pieza, de la vida de una nación o de una raza, podemos, en todo caso, reconstruirla juntando los datos dispersos que poseemos con respecto a los diferentes pueblos del globo. Es así como la humanidad, a medida que envejece, aprende a descifrar la historia de su infancia.
Los usos y costumbres de los antepasados de las naciones civilizadas sobreviven en los de los pueblos salvajes a los que la civilización no ha exterminado del todo. Las investigaciones sobre las costumbres, las instituciones sociales y políticas, las concepciones religiosas y mentales de los bárbaros, realizadas por hombres cultos e investigadores en ambos hemisferios, nos permiten evocar un pasado que habíamos llegado a considerar como irremediablemente perdido. Entre los pueblos salvajes, podemos detectar los comienzos de la propiedad: espigando hechos en todas las partes del globo, y coordinándolos en una serie lógica, podemos lograr seguir las diferentes fases de la evolución de la propiedad.
Notas:
- Por capital se entiende todo lo que produce intereses: una suma de dinero prestada, que al cabo de meses, o de años, produce una ganancia; la tierra que se cultiva, o cualquier instrumento de trabajo que se pone en acción no por su propietario, sino por obreros asalariados; pero la tierra que cultivan el campesino y su familia, la escopeta del cazador furtivo, el cepillo o el martillo del carpintero, aunque sean propiedad, no son propiedad capitalista, porque el propietario los utiliza él mismo en lugar de utilizarlos para extraer plusvalía de otros. La noción de beneficio sin trabajo se pega como una camiseta de Nessus al término capital.
- César, a quien los panegiristas de nuestra sociedad conceden ciertas facultades de observación, nunca se cansó de admirar la fuerza y la destreza en los ejercicios corporales de los bárbaros alemanes a los que se vio obligado a combatir. Tan grande era su admiración por ellos, que para vencer la heroica resistencia de los galos, comandados por Vercingetórix, envió a través del Rin a Alemania a buscar caballería e infantería ligera, que solían combatir entre ellos; y como estaban montados en malos caballos, tomó los de los tribunos militares, los caballeros y los veteranos, y los distribuyó entre los germanos. – De Bello Gallico, vii, 65.
- Lewis Morgan, Ancient Society, Parte 1, cap. iii. Relación del progreso humano.
- Una storia ideal, eterna, sopra la quale corrono in tempo le storie di tutti le nazioni: ch’ovumque da tempi selvaggi, feroci e fieri comminciarno gli uomini ad addimesticarsi. (G. Vico, Principi di Scienza Nuova, De’ Principi, Libero secondo, Sección V, ed. de Ferrari, Milán 1837)
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El metodo historico
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